Génesis y Construcción del Pacto por México

Recapitulando, con los gobiernos de los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón se fueron 12 años de oportunidades perdidas, sin que la alternancia política se tradujera en transición democrática, en cambio estructural, en reformas de fondo, en elevación de la calidad de vida de los mexicanos. Hubo reciclaje en los altos niveles de la burocracia federal, pero no transformación en la base de la pirámide social, la realidad cotidiana de los ciudadanos.

No se tejieron puentes de comunicación y de interlocución por parte de quienes encabezaron esas dos administraciones federales; atmósferas enrarecidas para acordar acciones conjuntas en los dos principales partidos opositores, un PRI desmoralizado y sin rumbo y un PRD convencido de haber sido víctima de sendos fraudes; y falta de unidad en lo fundamental, de acuerdos transparentes para trascender lo que el liberal don José María Luis Mora llamaba, en la primera mitad del siglo XIX, el pernicioso espíritu de partido, el sectarismo político, impidió que el país avanzara en ese periodo.

Una alternancia vacía, propicia para la consolidación de grupos de facto que desafiaban y ponían en entredicho la necesaria supremacía del Estado mexicano en áreas estratégicas y sensibles, una alternancia que nada o muy poco le decía a las nuevas generaciones, con avances publicitados en lo macroeconómico, reservas monetarias al alza que no apuntalaron el crecimiento real, y cuentas impresentables en lo microeconómico, el deterioro sostenido de la calidad de vida, esa realidad obligaba a hacer un diagnóstico crudo de la realidad, un balance objetivo y sin simulaciones y, a partir de una visión compartida sobre las asignaturas pendientes, dar un golpe de timón, un giro radical, no autoritario sino consensuado, en la conducción del gobierno y en la transformación del país desde una nueva concepción de la política.

Un cambio, ahora sí de fondo, para darle sentido y contenido a la alternancia política, la segunda que vivía el país, para hacerla transición democrática efectiva: reformas estructurales en lo económico-social, en lo político-cultural. Así nació el Pacto por México.

En efecto, era claro que con independencia del resultado de las elecciones presidenciales del 2012, México necesitaba reformas sustantivas si quería recuperar la seguridad perdida por millones de mexicanos ante una estrategia fallida que sumergió al país en una espiral de violencia, sangre y miedo; si quería retomar el camino del crecimiento económico y no simplemente mantener un equilibrio artificial, cosmético, de sus finanzas públicas; si quería frenar y revertir el incremento de la pobreza en números absolutos y no sólo en términos relativos; si quería dar un piso de bienestar material y seguridad social a todos los mexicanos.

La experiencia de las últimos dos administraciones dejaba muy claro que apostar a un gobierno dedicado a atender a sus clientelas políticas y optar por una oposición reducida a obstruir los programas oficiales bajo la premisa de que “mientras peor mejor”, es decir mientras menos resultados de la administración en turno mejor para los partidos opositores, era una fórmula de cortoplacismo electoral que no merecía la sociedad mexicana, una sociedad ávida de cambios institucionales para elevar su calidad de vida, en su sentido más integral: seguridad pública, estado de derecho, gobiernos eficientes y transparentes, educación de calidad, salud y seguridad social, empleos dignos y bien pagados, una puerta al futuro que la alternancia le había negado.

Como señalaba Héctor Aguilar Camín en el ensayo “un Futuro para México”, publicado en diciembre del 2009, justo a la mitad del sexenio de Felipe Calderón:

“México ha pasado del autoritarismo irresponsable a la democracia improductiva, de la hegemonía de un partido a la fragmentación partidaria, del estatismo deficitario al mercantilismo oligárquico, de las reglas y los poderes no escritos de gobierno al imperio de los poderes fácticos, de la corrupción a la antigüita a la corrupción aggiornata. Es la hora del desencanto con la democracia por sus pobres resultados. Preocupa en la democracia mexicana la resignación que impone a sus gobiernos, el triunfo del reino de lo posible como sinónimo de estancamiento, incertidumbre, falta de rumbo nacional. Un país, se diría, al que le sobra pasado y le falta futuro”.

El diagnóstico es preciso: una democracia improductiva, de escasos resultados, ante la ausencia de rumbo, de reglas claras, una atmósfera auspiciada por un deficiente sistema de partidos y la entronización de poderes de facto. Ese balance lo tenían muchos analistas más, con sus propios matices, enfoques y argumentos, como Lorenzo Meyer, Denise Dresser, Denise Maerker, Miguel Ángel Granados Chapa, Joaquín López Dóriga, Carlos Loret de Mola, Javier Alatorre, René Delgado, Jesús Silva Herzog Márquez, Jaime Sánchez Susarrey, Sergio Sarmiento, Raymundo Riva Palacio, Ramón Alberto Garza, Carlos Marín, Ciro Gómez Leyva, Jorge Fernández Menéndez, Julio Hernández, León García Soler, Genaro Villamil, José Cárdenas, Alfredo Halife y Eduardo Ruiz Healy, entre otros.

Pero la percepción negativa privaba sobre todo en la sociedad mexicana. La nota común era el desencanto ciudadano, la frustración generalizada, la irritación al alza, por una alternancia vacía. La democracia había sido funcional y rentable para las burocracias políticas, de un signo ideológico y de otro, pero no para los ciudadanos y las familias, en sus tribulaciones del día y en sus expectativas del mañana.

Esa percepción generalizada explica, en buen grado aunque no totalmente, por qué la candidata presidencial del partido gobernante, PAN, se confinó a un tercer lugar en la contienda presidencial, pero eso no importaba ahora. Lo importante era hacer el diagnóstico de las múltiples asignaturas pendientes, los grandes y graves pasivos de la democracia mexicana y luego diseñar y procesar juntos las fórmulas legislativas para encararlas.

Había que actuar, caído el telón de las dos administraciones panistas, y el mensaje lo leyeron bien los principales actores de la vida política de México, el gobierno y las dos principales expresiones de la oposición, izquierda y derecha. El qué estaba muy claro, flotaba en el ambiente: la necesidad inaplazable de reformas de fondo; los cómo consumirían días, semanas y meses para procesarse.

Del diagnóstico coincidente, la necesidad impostergable de reformas de fondo para devolverle la esperanza a los mexicanos y construir un rumbo a la nación con visión de largo plazo, había que pasar al esfuerzo compartido. Esta segunda fase, la planeación y la implementación de un formato de cambio profundo y consensuado, ha sido la más complicada.

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