Dinámica de los trabajos en el Pacto por México

Al principio todo fueron reuniones de buena fe y sin formato preconcebido entre actores de distintas ideologías alentados sólo por el objetivo común de inaugurar una nueva manera de concebir y de practicar la política, para hacerla un instrumento eficaz para impulsar los cambios que necesita el país, el espacio y la casa común de todos.

Sin embargo, la idea del Pacto por México cobró forma y tuvo un impulso decisivo, hasta darle agenda definida, estructura orgánica y viabilidad política, cuando lo encabezó el presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, quien designó como sus representantes a las dos figuras más visibles de su equipo de transición, Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong, quienes como ya comentaba en sus perfiles biográficos, marcaron y condujeron la agenda de los encuentros, junto con los dirigentes de los partidos políticos nacionales de mayor peso específico en la oposición, Jesús Zambrano, del PRD, y Gustavo Madero, del PAN. A partir de diciembre del 2012, también César Camacho, presidente del CEN del PRI y en enero del 2013, Jorge Emilio González, del PVEM.

Los dirigentes de los partidos opositores y los representantes del futuro gobierno convinieron, de entrada, en que suscribir el Pacto por México no significaba borrar sus diferencias ideológicas ni mucho menos renunciar a la competencia política, sino sumar voluntades, fuerzas y votos en una agenda común de reformas, una agenda debidamente reflexionada y consensuada.

También identificaron una serie de puntos altamente controvertidos que podrían dividirlos, y dilatar innecesariamente los trabajos de concertación, y por eso convinieron en mantenerlos a salvo, es decir no abjuraron de ellos ni forzaron un artificial punto de equilibrio, para que no fueran obstáculo en la extensa agenda que sí podían consensuar y después instrumentar. Había que transitar sobre los aspectos menos enconados, una extensa franja que antes ni siquiera se había explorado, y dejar los puntos más sensibles, por su marcada connotación ideológica, a un lado como el caso emblemático de la reforma energética.

Hacer prevalecer los puntos de coincidencia, sin sacrificar las aspectos de identidad partidaria, fue una postura compartida desde el principio y que se reforzó al paso de las semanas y los meses.

Los integrantes de la mesa tripartita llegaron a la conclusión de que los 15 años de gobiernos divididos, a partir de 1997 cuando el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, habían sido de franca improductividad legislativa en temas torales, por la falta de acuerdos entre las fuerzas políticas y entre los propios grupos parlamentarios. De haberse suscrito acuerdos sustantivos entre los partidos, coincidían todos, el país hubiera avanzado mucho más rápido y la sociedad mexicana, antes que un partido o un gobierno, hubiera sido la principal beneficiaria.

De esa conciencia diáfana y compartida surgió el compromiso de hacer un esfuerzo de aproximación de posiciones para poder suscribir un gran pacto que incluyera una extensa agenda de compromisos con impacto en las esferas económica y social, política y cultural.

El reto no era menor: la historia del país, sobre todo desde que la alternancia política no pudo decantar en transición democrática, había sido la historia de los desencuentros partidistas y las frustraciones colectivas, bajo una lógica de contención y anulación recíproca, una lógica de perder-perder.

Por eso es importante destacar que es la primera vez que publicaciones y analistas internacionales, así como líderes nacionales de opinión antes escépticos y críticos, destacan el nombre de México por la profundidad de las reformas aprobadas y, sobre todo, por el hecho de que en su mayoría fueron producto del consenso entre el gobierno, el PRI, y las principales expresiones de la oposición partidista, izquierda y derecha.

Por ejemplo, en su edición del 6 de abril del 2013, el semanario inglés The Economist elogió “el desempeño del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto en los primeros cuatro meses de su administración, destacando la creación del Pacto por México, las reformas en materia de educación y telecomunicaciones, así como la aprehensión de la ex dirigente magisterial Elba Esther Gordillo”.

El prestigiado medio internacional destacó la superación de las diferencias entre los partidos políticos como estrategia para impulsar reformas necesarias para el país; asimismo, reconoció la disponibilidad de la oposición para abrirse al diálogo con el nuevo gobierno mexicano.

La publicación celebró el enfoque antimonopolio del presidente mexicano, problemática que, a juicio de sus editores, ha obstaculizado el desarrollo económico de México; sin embargo, advirtió sobre la necesidad de una adecuada implementación de las reformas realizadas para que el cambio iniciado se consolide.

The Economist señaló que, como resultado del nuevo clima de confianza que priva en el país por la concertación de acuerdos entre las principales fuerzas políticas, el peso se ha revalorizado 16 por ciento respecto al dólar desde junio de 2012 y auguró un crecimiento futuro del país, sustentado en las reformas estructurales, a una tasa de cinco o seis por ciento anual.

La revista Time, por su parte, nombró al presidente Enrique Peña Nieto como uno de los "100 personajes más influyentes del mundo" en su edición 2013, por su trabajo en la conformación del Pacto por México, un ejercicio de concertación con los principales partidos políticos. La publicación destaca, de entre las reformas emanadas del Pacto, la nueva legislación constitucional en materia de energía y telecomunicaciones.

La publicación estadounidense, a través de un artículo redactado por el ex gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, calificó al presidente de México como un "líder para tener en la mira".

Peña Nieto, afirma la publicación, combina el carisma de Reagan con el intelecto de Obama y las habilidades políticas de Clinton; es un líder para tener presente, concluye.

En sentido semejante, pero ponderando sobre todo la capacidad inédita de los actores políticos de México para concertar acuerdos y terminar con la larga etapa de la parálisis legislativa, Andrés Oppenheimer colaborador editorial de The Miami Herald_ _y crítico contumaz del sistema político mexicano, pondera los aciertos de la democracia mexicana ante las dificultades de gobernabilidad de otros países más avanzados, hoy víctimas de la polarización, como publicó el diario Reforma, el 21 de octubre del 2013:

“Washington podría aprender algunas lecciones valiosas de México, uno de los países que los extremistas del Tea Party aborrecen con mayor pasión. De manera semejante a lo que ocurre en Estados Unidos, México venía sufriendo desde hace tiempo una parálisis política que le impedía aprobar cualquier ley medianamente importante en el congreso”.

El analista observa que:

“En el caso de México, era un problema estructural debido al hecho de que el País tiene un sistema de tres partidos políticos, en el que todas las iniciativas del partido que estaba en el gobierno eran sistemáticamente bloqueadas por los dos partidos que estaban en la Oposición. Los actores cambiaban, pero el sistema de dos contra uno mantenía al País paralizado. Eso fue así hasta diciembre de 2012, cuando bajo la presión de una opinión pública cada vez más frustrada, los tres partidos políticos más grandes de México firmaron el Pacto por México, un acuerdo de 95 puntos destinado a quebrar la parálisis estructural del Congreso y aprobar varias reformas fundamentales”.

Concluye diciendo que:

“Es cierto que el Pacto por México aún está a mitad de camino, y que muchos están descontentos con algunas de sus reformas. Incluso es posible que el Pacto pueda morir cuando el congreso se decida a votar la reforma energética, quizás la más peleada de todas. Pero aun cuando el Pacto por México desapareciera hoy, ya habrá logrado mucho más de lo que ha conseguido el Congreso de Estados Unidos en los últimos años, que es prácticamente nada.”

Entre líderes mexicanos de opinión, las posturas han sido divergentes ante el Pacto por México, con reservas significativas para algunos de ellos sobre su viabilidad operativa, sus fundamentos políticos y la profundidad de su alcance, pero todos coinciden en que es un esfuerzo inédito de concertación política para fortalecer al Estado mexicano y aprobar reformas que no habían podido procesarse por la falta de acuerdos de fondo entre las fuerzas políticas nacionales.

Por ejemplo, autora de libros y ensayos sobre el sistema político mexicano, siempre en tono crítico y agudo, Denise Dresser en su artículo Ogro Reloaded, del 10 de diciembre del 2012, en el diario Reforma, observa que “en este momento el PRI, el PAN y el PRD creen en el proceso democrático, y los tres partidos lo aplauden. Creen en la necesidad de juntar a todos a dialogar y qué bueno que sea así. Pero la mayor fuerza del espíritu que anima el Pacto es su mayor debilidad. El problema con la concepción de la democracia como acuerdos enlistados es que se corre el riesgo de la parálisis. Cuando se dejan florecer 100 flores, es difícil saber cuál escoger. En el momento en el que el proceso de la política suplanta a la meta, no hay meta. Cuando lo más importante es recorrer la ruta, no importa si ésta no va a ningún lado, más que al objetivo etéreo e inasible de "Mover a México".

“O más preocupante aún. La democracia a través de los pactos no es un fin en sí mismo; es un medio para alcanzar ciertos fines, y los fines que tiene en mente Enrique Peña Nieto deben mirarse con un sano escepticismo. Porque el Pacto tiene un objetivo claro: compactar al poder y re-centralizarlo; fortalecer al Estado y re-vigorizar su intervención. Por ello el énfasis en los poderes fácticos y el imperativo de domesticarlos. Por ello la incorporación de una frase definitoria que resume por qué los partidos pactan y para qué: ‘La creciente influencia de los poderes fácticos frecuentemente reta la vida institucional del país y se constituye en un obstáculo para el cumplimiento de las funciones del Estado mexicano.

“Todos están de acuerdo: lo que el Estado ha perdido, los poderes fácticos han ganado. Lo que Elba Esther Gordillo ha arrebatado, el Estado se ha visto obligado a ceder. Lo que Carlos Slim ha extraído, el Estado no se ha logrado embolsar. Y de allí que la propuesta común sea fortalecer un Estado debilitado por la democratización, doblegado por la feudalización, diezmado por la faccionalización. Un Estado que ahora Peña Nieto quiere recuperar para sí mismo y para el PRI. Y lo paradójico es que la oposición panista y perredista le ayuda a hacerlo. Pactando. Concertando. Consensando la reinvención del "nacionalismo revolucionario" construido sobre los cimientos de un Estado dadivoso, benefactor, intervencionista como aquel que el Pacto por México se encargará de edificar. Un Pacto de élites más preocupadas por sí mismas que por los ciudadanos a quienes deberían representar. Un Pacto que quiere arrebatarle a los intereses atrincherados el poder que han adquirido, pero no para redistribuirlo entre la sociedad. De lo que se trata es de erigir de nuevo al Estado fuerte: generoso pero patrimonialista, dadivoso pero depredador. Un Ogro Filantrópico, pero un ogro al fin”. Así concluía su artículo de opinión Denise Dresser.

Jesús Silva Herzog Márquez, en su colaboración El Primer Año, del 2 de diciembre del 2013, en el propio diario Reforma, “El pacto, sorpresa para todos, sacudió al país y atrajo la atención del mundo. Después de años de infructuosa rivalidad, el país se ponía en marcha. México contaba de pronto con una potente coalición reformista. No era una coalición ideológicamente sesgada: el gobierno se acercaba a la izquierda y a la derecha simultáneamente para acentuar la necesidad de recuperar la plataforma de lo estatal. El diagnóstico era despiadado con lo inmediato: los poderes de hecho habían arrebatado capacidad regulatoria al poder público. Los sindicatos y las empresas convertidas en agencias rectoras y el Estado, cómplice de su propia degradación. Había que recuperar el piso y en ello se empeñó la coalición. En materia de educación y en telecomunicaciones lo importante era enviar un mensaje desde el Estado. El contenido de la reforma era secundario, lo crucial era afirmar la determinación de la clase política en su conjunto de emanciparse de sus captores.

“El Pacto, desde luego, fue un acierto del gobierno y de los partidos porque logró escapar de la política del bloqueo, esa terca experiencia de nuestro pluralismo que se empeña en anular al otro. La coalición permitió tocar lo intocable. Esos intereses que parecían invulnerables, herméticos a cualquier roce de la política, fueron sometidos a una regulación severa. Ese es el gran éxito, la gran contribución, el legado perdurable del Pacto. La coalición del 2013 le permitió al país ensanchar el sentido de lo políticamente posible. Mostró que la negociación podría rendir frutos y que los negociadores podrían enorgullecerse del diálogo. Era claro, desde un principio, que el pacto era una alianza perecedera. Que tarde o temprano la liga se rompería. Independientemente de los frutos de ese acuerdo, queda una enseñanza política, una enseñanza histórica, me atrevería a decir: la negociación no es claudicación, no es, como insisten los sectarios, traición. El Pacto por México difícilmente puede reeditarse, pero quedará como la experiencia inaugural de un pluralismo eficaz”.

Para León García Soler, en su columna A mitad del Foro, del 23 de junio del 2013, en el diario La Jornada, ubicado en una línea editorial de izquierda por los críticos, “El pacto puso en marcha el quehacer político; logró la aprobación de las reformas laboral, educativa, de telecomunicaciones, de la deuda de estados y municipios; y ante todo acabó con la parálisis legislativa, con el lamento de la Presidencia impotente por la ausencia de mayorías en el Congreso. Y de pronto se disuelve la imaginaria partidocracia. Y brotan intelectuales inorgánicos que proponen la reelección de diputados y senadores porque se ha impuesto el poder presidencial a un Congreso débil. Claro como el lodo, decía Norbert Guterman”.

Para Julio Hernández, articulista también de La Jornada, en su colaboración del 3 de diciembre del 2012, “el desenlace «feliz» del ciclo ha sido la firma del Pacto que permitirá la instauración del reformismo peñanietista nefasto y la promesa (te lo pacto y ¿te lo cumplo?) de impulsar cambios profundos en materia de telecomunicaciones (reducir el poder de Televisa para que Los Pinos y la clase política no sigan siendo sus rehenes y servidores), monopolios en general y educación (supuesta guerra contra Gordillo). Pacto de élites sin fuerza ni legitimidad social”.

Para Ciro Gómez Leyva, en su artículo Lo de ayer fue algo más que una fotografía, del 9 de enero del 2013 en el diario Milenio: “La instalación del consejo rector del Pacto por México pareció la confirmación de un aire nuevo en la política mexicana, un sincero esfuerzo por hacer posible la concordia.

“Si existiera un manual para transitar rápidamente del mundo del encono al del acuerdo, el presidente Peña Nieto, sus principales colaboradores y las dirigencias del PRI, PRD y PAN lo estarían aplicando con maestría. Se han puesto a hablar un lenguaje moderado y de conciliación, en donde ninguna causa justa debe dejar de ser escuchada. Y han tenido un cuidado especial en no provocar al lopezobradorismo ni en hacer tabla rasa de los 12 años pasados.

“Coinciden, casi con los mismos conceptos, en la urgencia de justicia social en un marco de prosperidad económica, libertades y dignidad y honor para todos. Pero quizá lo más notable es la velocidad con que están actuando para evitar el fortalecimiento de las posiciones resistentes. Y el sentido de realismo que han mostrado. No hay utopías, sino objetivos y plazos para hacer un juego político abierto.

“Adolfo Suárez, el cerebro de la transición española en los setenta, podría afirmar que estos mexicanos del siglo XXI han comenzado por lo primero antes de pasar a lo segundo. Y que hay un indudable afán de diálogo, aceptación de la crítica y respeto al adversario, aunque no siempre haya sido respetuoso.

“Enhorabuena por el espíritu con que se intenta pasar de una generación del fracaso en los acuerdos a una de la virtud conciliadora y emprendedora.

“Veremos ahora qué tan eficaces son para hacer posible la concordia”.

Para Leo Zuckermann, en su columna El Constituyente del 2013, del 7 de enero del 2014, en Excélsior, “a finales de julio del año pasado publiqué una columna con el mismo título, pero con signos de interrogación. Argumentaba que, de aprobarse todas las iniciativas legislativas que se estaban cocinando, más las que ya habían salido durante el primer semestre, estaríamos frente a una transformación trascendental de la política y economía nacionales. Podríamos estar atestiguando una especie de nuevo Constituyente en 2013. La duda que tenía es si el Congreso federal, más lo congresos locales, tendrían la capacidad de aprobar tantas reformas al mismo tiempo. Hoy, terminado 2013, me atrevo a quitar los signos de interrogación: afirmo que el año pasado se modificaron varios principios que se creían intocables de nuestro entramado institucional.

“En primer lugar en la lista, yo pondría la Reforma Energética. Falta todavía la legislación secundaria, la implementación y un posible desafío en las urnas en 2015, pero aquí se dio un primer paso fundamental en la dirección correcta. Una reforma que podría ser el cambio estructural más importante para la economía mexicana desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte hace 20 años. Ahora se permitirá la participación del capital privado en toda la cadena productiva de la industria petrolera. El gobierno incluso fue más allá de su propuesta original, ampliando el abanico de formas contractuales para que los privados participen en la exploración y explotación de hidrocarburos. También se abrieron oportunidades de inversión privada en la industria eléctrica. Acabamos, así, con varias décadas de un modelo de control estatista absoluto en materia energética.

“Otro cambio fundamental a un precepto constitucional que se creía intocable es el de la reelección. Aunque todavía tiene que ser aprobado por los congresos locales, y todo indica que así ocurrirá, se aprobó la reelección para diputados y senadores. Esto permitirá una mayor profesionalización de nuestro Congreso federal y creo que algo más de rendición de cuentas. Digo “algo” porque desgraciadamente le pusieron un candado a la reelección: aquel legislador que quiera reelegirse tendrá que hacerlo por medio del mismo partido o, si quiere renunciar a éste, tendrá que hacerlo a la mitad de su gestión. Se trata de un candado que dejará intacto el poder que tienen los partidos en México. No me gusta, pero admito que se dio un primer paso para quitar el tabú de la reelección en nuestro país.

“Agreguemos a la lista que en la Constitución quedó el principio de la evaluación educativa como mecanismo para recompensar y castigar a los maestros. Es cierto que todavía tienen que negociarse las reglas operativas y que seguramente el gobierno se hará de la vista gorda en algunas regiones del país, pero el hecho es que hay un nuevo precepto constitucional que apunta en la dirección correcta.

“Súmese la reforma en telecomunicaciones, donde quedó el compromiso del Estado de inyectar una mayor competencia a un sector donde urge romper el poder monopólico de las empresas dominantes. Y también quedaron en la Constitución nuevas reglas para promover la competencia económica en todos los sectores, lo cual significa políticas públicas para que el Estado combata a los monopolios y oligopolios que sofocan nuestra economía.

“Otra reforma constitucional importante fue la de transparencia, que amplió los sujetos obligados de informar sobre sus acciones, incluyendo qué hacen con el dinero de los contribuyentes. Se agregaron los partidos, sindicatos que reciben subvenciones públicas y el Poder Legislativo. El IFAI también podrá obligar a los gobiernos estatales y municipales a dar información a los ciudadanos. Esto incrementará, en algo, la fiscalización y rendición de cuentas.

“Aunque no fue una reforma constitucional, yo incluiría en esta lista a la Reforma Financiera. Se cambiaron diversas leyes para permitir que los bancos puedan cobrar de manera más expedita las garantías de los créditos inactivos. De esta forma, el sistema financiero tendrá más incentivos para prestar más dinero al sector privado. Ya no habrá excusas”.

Para Raymundo Riva Palacio, en su columna Estrictamente Personal, del 3 de febrero del 2014, en el Portal debate.com.mx, “Ese pacto, anunciado al segundo día de gobierno de Peña Nieto, fue el instrumento mediante el cual el PRI, el PRD y el PAN rompieron una larga parálisis legislativa y permitió una agenda legislativa que aprobó más de 80 leyes que colocaron nuevas bases fundacionales en México. Pero era un vehículo metaconstitucional que vulneró la actividad legislativa y, por consiguiente la democracia, al subordinar a diputados y senadores al designio de una minoría sin representación popular.

“El Pacto era una mesa de discusión y trabajo donde las élites, el gobierno y los partidos, decidieron una agenda conjunta, definieron en qué campos y con qué leyes trabajarían coordinadamente, les establecieron sus prioridades e instruyeron a los legisladores a procesarlas en los términos como lo habían decidido muy lejos de las cámaras. Senadores y diputados fueron acotados en sus márgenes de decisión y obligados a votarlas. Hubo resistencias y disidencias ante este procedimiento antidemocrático que se creó para que avanzara la democracia, que no es una contradicción inédita en la historia de la política.

“Como tal, el Pacto por México era frágil y tenía fecha de caducidad. Comenzó robusto y homogéneo en la cúpula tripartita y se convirtió, como lo ha sido el sistema político mexicano, en un mecanismo elástico que se ajustaba política e ideológicamente a las necesidades coyunturales de cada reforma. La Reforma Energética lo detonó. Aunque había esperanzas en el gobierno que no sucediera, nadie dudaba lo difícil que sería para la izquierda aceptar cualquier apertura petrolera. Colocada hasta el final de las grandes reformas peñistas, el Pacto fue sacrificado después de servir como placenta del cambio.

“Se puede argumentar que lo avanzado no es mucho si se realizan análisis comparativos con otras transiciones democráticas, pero es un gran paso para la cultura política mexicana y una renovación importante entre sus actores principales. Más de una década se perdió en el logro de reformas de segunda generación, interrumpidas en los 90s, cuando en el 2000, el inicio del sexenio destinado al cambio, se atoró la transición y nunca empezó la consolidación democrática. Hubo incluso barruntos de regresión al viejo sistema autoritario. La necesidad del gobierno de Peña Nieto por cambiar el estado de cosas y que se movieran sus reformas, ha permitido que en un país donde la cultura aún no es democrática, se concreten reformas democráticas”.

Pero con independencia del concepto dominante sobre la nueva democracia mexicana y la percepción que priva sobre el Pacto por México entre algunos analistas internacionales y del país, es la primera vez que en la historia nacional gobierno y opositores son capaces de encontrar el común denominador de sus respectivas agendas partidistas y, sobre todo, que están dispuestos a trabajar por ese espacio compartido así tengan que enfrentar inercias exógenas y resistencias internas.

Es en ese ánimo de construir soluciones horizontales y no verticales que se dieron múltiples entrevistas del Presidente electo Enrique Peña Nieto, acompañado por miembros de su equipo de transición, con los principales líderes políticos de México: presidentes de partidos políticos, coordinadores parlamentarios y gobernadores de los estados, de un partido político y de otro, constitucionales y electos.

Y es en esa misma tesitura de propiciar y allanar las soluciones en la pluralidad que se diseñaron fórmulas de urbanidad para hacer que los trabajos avanzaran y no se encontraran con barreras infranqueables. En esa dinámica proactiva, el gobierno y los partidos fijaron 8 reglas de funcionamiento:

  1. Poner todo sobre la mesa desde el principio.
  2. Identificar los puntos coincidentes de una visión del país, así fuesen mínimos.
  3. Preservar los puntos de convergencia y tener claras las divergencias (ideológicas o de intereses y de márgenes políticos).
  4. Ir siempre de lo sencillo a lo complejo para irnos dando confianza.
  5. Nada negociado hasta que todo esté negociado.
  6. Trabajar con absoluta confianza y discreción.
  7. Que las coyunturas y la competencia electoral no nos hagan hacer parar este trabajo de la mesa.
  8. El objetivo base es recuperar la soberanía del Estado democrático y enfrentar a poderes que obstruyen desde distintos ángulos su acción y que buscan conservar su poder en detrimento del interés público.

Con esas bases de civilidad y entendimiento, las negociaciones se fueron dando, primero para definir los 95 compromisos y después para promover su concreción en reformas legales, sean artículos constitucionales o normas secundarias, y en decisiones administrativas, es decir políticas públicas en la esfera de atribuciones del poder Ejecutivo. Fueron bases para poder avanzar en una nueva cultura de unidad en la diversidad, de suscripción de acuerdos en lo fundamental, ajena a la tradición de un país de verticalismo autoritario primero y de democracia improductiva después.

Pero para llegar a ese punto de convergencia que decantó en ese casi un centenar de compromisos, hubo que analizar y contrastar meticulosamente los documentos doctrinarios y los programas políticos del PRI, del PRD y del PAN, los llamados documentos básicos de cada partido, primero de manera bilateral comparando la visión y la agenda de cada uno de los partidos con el otro y después de manera tripartita: en un vértice del triángulo el programa del PRI, en otro vértice la izquierda representada por el programa del PRD; y en el otro vértice el programa del PAN.

Para que la mesa se pudiera sostener y el Pacto por México pudiera funcionar, se decía en las conversaciones entre las dirigencias de los partidos, la mesa de negociación “debería tener tres patas”, es decir, ser tripartita, con las tres principales fuerzas políticas presentes, cada cual equipada con sus propios principios y argumentos. Y así se fueron conjugando las ideas, redactando los compromisos y procesando las reformas legales.

De esta manera, de las conversaciones bilaterales y el cotejo de propuestas, PRI-PRD; luego PAN-PRD; y más tarde PRI-PAN, se pasó a las reuniones y el contraste simultáneo de las tres propuestas para encontrar y redactar los puntos específicos de concurrencia y los que, en ánimo proactivo, superaran sus propios planteamientos de origen. Al final fueron emergiendo los compromisos ya muy consensuados en su filosofía y esencia, más allá de los marcos doctrinarios de cada fuerza política e incluso más allá de su conjugación mecánica. Se trataba no sólo de ceder, sino de construir las fórmulas de política pública que más sirvieran al interés colectivo, fórmulas de sinergia donde el todo fuera más que la suma de las partes.

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