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Mi historia


S oy nieto de migrantes, tercera generación. Mi cuna es la migración, al igual que cientos de miles de connacionales cuyos ascendientes encontraron en un país hospitalario y abierto, nuestro México, una alternativa nueva de vida, y como millones de seres humanos más que han tenido que desplazarse a otros continentes, perseguidos por la intolerancia religiosa y el fundamentalismo ideológico en muchos casos, alentados por el ánimo de superación en otros, el espíritu itinerante y nómada también, llevando sus conceptos civilizatorios y su cultura de origen para decantar en el esplendor diverso, sincrético y dialéctico que es hoy el mundo entero.

Mis padres y mis abuelos, emprendedores por igual, forjaron con su trabajo cotidiano a través de los días, los meses y los años, un capital que nos legaron a sus descendientes, con la observación sin embargo, reiterativa, de que era más importante la formación humanística y profesional, la educación familiar y formal, para abrirse una ruta de certidumbre en los azares que implica la existencia en sí misma. Ser abogado, médico, ingeniero, arquitecto, insistían, era el mejor legado. El conocimiento era el mejor instrumento de superación personal y de servicio a México. Para mí, fue la principal lección de vida.

Mi cuna es la migración, al igual que cientos de miles de connacionales cuyos ascendientes encontraron en un país hospitalario y abierto, nuestro México

Pertenezco a una generación que veía ya distante la llama que por muchos años iluminó y trazó la ruta del futuro de la nación, la Revolución Mexicana, la generación que estaba por acceder o apenas había alcanzado la edad ciudadana, cuando el modelo de desarrollo económico y las pautas de la política oficial ya no generaban confianza, y mucho menos entusiasmo, en las emergentes clases medias urbanas y en un campo mexicano deteriorado.

Tan pronto llegué a la Ciudad de México para continuar mis estudios de bachillerato, pude percatarme de que nuevos vientos soplaban en el país y ya nada frenaría el cambio. Sólo había que darle rumbo. De hecho, en las principales ciudades del mundo, París, Berlín, Praga y no sólo en México, un fuerte movimiento de protesta encabezado por jóvenes estudiantes sacudía a los gobiernos, democráticos o no, a grado tal que algunos filósofos como Herbert Marcuse, miembro de la escuela de Frankfurt, de origen marxista, llegaron a pensar y a postular que los estudiantes eran la vanguardia social de la segunda mitad del siglo XX, los nuevos protagonistas de la construcción del sistema socialista.

Poco después de ingresar a la Preparatoria 5 de la máxima institución de estudios superiores de México fui representante ante el Consejo Estudiantil Universitario, CEU, en el movimiento de protesta estudiantil a favor del pase automático y una reforma educativa con orientación democrática, que precedió a la gran convulsión política que significó el movimiento estudiantil de 1968, la primera amenaza al autoritarismo estatal que finalmente abriría amplios espacios de libertad pública y de participación política a los mexicanos.

Un movimiento que era parte también, decía, de una protesta estudiantil mundial: los jóvenes de la capital mexicana como los de otras grandes ciudades hacían eco de la frase libertaria emitida desde París: “¡prohibido prohibir!”.

Del verticalismo autoritario y patrimonialista muchos jóvenes de mi generación queríamos pasar a una cultura horizontal y participativa. No se hablaba de un modelo ideológico específico como el socialismo, en cualquiera de sus expresiones, ni de otros sistemas elaborados y en boga durante gran parte del siglo XX, como algunas reminiscencias del fascismo o alguna modalidad de liberalismo.

Pero todos exigían vigencia real de sus garantías individuales y sus derechos civiles, respeto a nuestra persona, especialmente de parte de la clase política y la burocracia gobernante, entonces virtualmente monolíticas, con una sola escalera de acceso al poder público: el Partido Revolucionario, PRI.

De ahí viene mi sentido crítico y mi apuesta permanente por las bondades de la democracia con todos sus defectos, mi exigencia permanente de espacios de deliberación y de participación para todas las voces del mosaico plural que es México. Antes que el ejercicio unilateral de la fuerza, y aún antes que las decisiones verticales de Estado, así sean éstas pacíficas y urbanas, e incluso bien intencionadas, debe estar el derecho de los gobernados a ser escuchados y a ser atendidos como sujetos activos, como ciudadanos.


Los Integrantes de mi Familia

Nací en Ciudad Ixtepec, Oaxaca, el 18 de octubre de 1949. Soy licenciado en Derecho, egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM.

Estuve casado con María Guadalupe Hinojosa †, quien presidió el DIF Estatal y coordinó diversos programas sociales. El 18 de octubre de 2000, falleció en la Ciudad de México víctima del cáncer. Tuvimos cuatro hijos: Alejandro, Ximena, Eduardo Enrique y Lorena Esther Murat Hinojosa.

Tengo 8 nietos: Alexa , Emilia , Ivette y Alejandro Murat Moran, hijos de Ivette Moran y de Alejandro Murat Hinojosa. Y Mariano, Marcelo, Martin y Matias, hijos de Ximena Murat Hinojosa y de Mauricio Murillo.

Actualmente me encuentro casado con Aurora Alcántara Rojas.

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